viernes, 18 de febrero de 2011

Museos para la Historia de la Educación

La Segunda República en el de Aragón:

"Manuel Bartolomé Cossío, en una entrevista concedida al diario El Sol en julio de 1931, recordaba las dos grandes fuerzas que hicieron posible la proclamación de la II República: en primer lugar, Francisco Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza que llevaba entonces más de cincuenta años reclamando educación para todos, mejores condiciones en la formación del profesorado, mejor dotación para las escuelas y creando e impulsando centros e instituciones que transformaron el panorama cultural español. En segundo lugar, Cossío señalaba la influencia del Partido Socialista Obrero Español de Pablo Iglesias.






I. Una tierra poblada de hombres rotos

Había que formar ciudadanos nuevos porque la República, según Marcelino Domingo, heredó "una tierra poblada de hombres rotos". La República heredó una inmensa carencia de escuelas y de maestros, un lastre que el sistema educativo español arrastraba desde hacía más de cien años. Según un informe que encargó Rodolfo Llopis a la Inspección, había en España 32.680 escuelas y un déficit de 27.151, o lo que era lo mismo: había un millón de niños sin escolarizar. Las carencias todavía eran más evidentes al considerar la precariedad de los edificios dedicados a escuelas, la situación de la educación de la mujer, la formación del profesorado, la educación de adultos, etc.

En 1930 la tasa de analfabetismo en España era del 32%. De los veintitrés millones y medio de habitantes, casi seis no sabían leer, ni escribir. La situación en Aragón era tan preocupante como en el resto del Estado español.

II. Tres repúblicas en una


Pero la II República española fue, sobre todo, un tiempo breve, un tiempo insuficiente. Y esta escasez de tiempo para que se produjera una transformación de las mentalidades se pone de manifiesto, de modo más evidente, cuando se consideran los tres períodos que comúnmente se distinguen en la misma.

En primer lugar, podemos distinguir un bienio azañista (1931-33). Éste es un período claramente reformista, caracterizado por el progresismo en educación, por la renovación de la enseñanza primaria, que se concretaría en el impulso que se dio a la construcción de escuelas para paliar el histórico déficit de plazas escolares, la mejora de la formación del profesorado, la dignificación de la figura del maestro, la consagración en la Constitución de diciembre de 1931 de la libertad de cátedra y de la libertad de conciencia, el impulso que se dio a la escuela única, laica y gratuita, la extensión y renovación la red escolar mediante un plan de construcciones escolares que exigía, al mismo tiempo, la ampliación de las plantillas del magisterio, la mayor atención prestada a la formación de los maestros (cursillos, conferencias y jornadas), la elevación de los sueldos y la supresión de las categorías más bajas del Escalafón, el impulso que recibieron algunos servicios sociales que se prestaban a los más desfavorecidos desde la escuela (las cantinas, las colonias o los roperos), la labor cultural desarrollada a través del Patronato de Misiones Pedagógicas, la transformación interna que sacudió la escuela como consecuencia de la introducción de la coeducación y de nuevas metodologías, la mayor relación entre la sociedad y la escuela mediante la puesta en marcha de los Consejos Escolares.

En este primer bienio fueron ministros de Instrucción Pública Marcelino Domingo -hasta diciembre de 1931- y Fernando de los Ríos. Durante el mandato de Marcelino Domingo, aunque aún no se había aprobado la Constitución, se tomaron importantes medidas legislativas: programa masivo de construcción de escuelas, se crearon 7.000 plazas para maestros, se incrementó el sueldo de los maestros, se establecieron los cursillos de selección profesional en sustitución de las clásicas oposiciones, se reformaron las Escuelas Normales, se creó el Patronato de Misiones Pedagógicas que presidió Manuel Bartolomé Cossío.


En la etapa ministerial de Fernando de los Ríos se abordaron cuestiones como la disolución de la Compañía de Jesús (enero de 1932), el Proyecto de Ley de Bases sobre la 1ª y la 2ª enseñanza, el Reglamento de Inspección de primera enseñanza, el Plan Nacional de Cultura. Por otra parte, una de las notas más características de este período es la decidida política de inversión en educación y, más concretamente, la construcción de escuelas mediante la emisión de obligaciones por valor de 400 millones de pesetas.

A este primer bienio le sucedió un bienio radical-cedista. Las elecciones de noviembre de 1933 dieron el triunfo a la coalición formada por los radicales de Lerroux y los católicos de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) de José María Gil Robles. Componían esta confederación una amalgama de grupos como la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, fundada en 1909 por el padre jesuita Ángel Ayala, el colectivo de la Editorial Católica, con su órgano de expresión El Debate, que cumplió un importante papel en el asalto a la República, la beligerante Acción Popular, que aglutinaba a personalidades conservadoras de la época como Ángel Herrera Oria, etc. En lo que concierne a la educación puede afirmarse que se produjo una contrarreforma, una involución de algunos de los logros del bienio anterior: descenso en el ritmo de construcciones escolares, prohibición de la coeducación en las escuelas primarias, reforma de la inspección, retroceso en la enseñanza universitaria. Sin embargo, se prestó mucha atención al Bachillerato.

Por fin, el Frente Popular, un período que se extiende desde las elecciones del 16 febrero a julio de 1936. Reunió a los partidos de izquierda -fundamentalmente republicanos, socialistas y comunistas- en una entidad común. Este período fue un tiempo convulso, caracterizado por la crispación social y la intolerancia, repartida a partes iguales entre la extrema derecha y la extrema izquierda. Durante estos meses, se sucedieron graves enfrentamientos, que fueron antesala de la trágica sublevación militar del mes de julio.



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