lunes, 15 de febrero de 2010

Escuela (China)

Esta es la imágen real de una escuela. Ilustra un texto interesante de Susana de Pablos, sobre el sentido y la necesidad de la tecnología en la enseñanza. Pizarra y maestro aquí parecen suficientes. Tampoco falta una visión de conjunto sobre el mundo.




"Mientras los niños occidentales asisten a clase rodeados de cuatro paredes, en colegios perdidos entre una multitud de calles con rascacielos, y sus profesores analizan al dedillo el calendario escolar en busca de huecos para sacarlos al campo, los alumnos de la escuela Dongzhong de la imagen, en la localidad china de Miao, tienen la naturaleza hecha escuela. Seguramente por falta de medios para construir una, los dirigentes de este pueblo decidieron montar un colegio en una maravillosa cueva natural. Algo más de medio centenar de pequeños comparten pupitres de madera roja por los que seguramente pagaría un quintal en una tienda de Nueva York, París o Madrid cualquier aficionado a la decoración asiática. Mientras los niños de los pupitres rojos aprenden a leer y escribir con un único profesor para todo y una minimalista pizarra, la educación en los países ricos busca cómo reinventarse para adaptarse a un mundo plagado de ordenadores y conocimientos cada vez más complejos, para explicar desde la clonación terapéutica hasta los valores democráticos. En el otro lado del mundo, las escuelas siguen siendo las de la vida porque al menos 25 países están muy lejos de alcanzar la escolarización de todos sus niños (uno de los objetivos de la Unesco para 2015), porque los guerrilleros de los países en conflicto tienen como objetivo prioritario bombardear las escuelas y universidades para evitar que se sigan enseñando ideas y porque el 60% de pequeños que no van al colegio en los países árabes son niñas. En el mundo de los rascacielos todavía hay quien discute si los valores deben enseñarse en la escuela o en la familia. Mientras, los niños de Miao tienen el privilegio de estudiar la vida en mitad de una cueva que está viva".

(Texto de Susana Pérez de Pablos publicado en EL PAÍS SEMANAL)

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