domingo, 22 de mayo de 2016

12 Ruinas

Un día de febrero de 1937 en Gijón, un par de niños juegan entre las ruinas de una casa, quizás de la calle Jesús que había sido destruida el verano anterior durante el asedio para controlar la rebelión del Regimiento Simancas. Uno de los niños viste un mono de trabajo, y se cubre con un casco modelo «Trubia». Debía tener unos 8 o 10 años de edad y es muy probable que viviera en una de las calles aledañas al tramo central de la avenida de los Hermanos Felgueroso. Un fotógrafo se detiene y realiza varias instantáneas de los niños jugando a las construcciones en medio de las ruinas. Era David Seymour –«Chim»– el reportero que tomó imágenes de la Guerra Civil en Gijón.



También lo hizo de unos niños repartiendo prensa a los mineros. El fotógrafo recogió  la vida cotidiana tanto en la vanguardia como en la retaguardia de la Asturias republicana, prestando especial atención a las personas, tanto milicianos como población civil. Algunas de estas imágenes fueron publicadas en «Regards», «Ce Soir», «The Ilustrated London» y «The New York Times» entre febrero y junio de ese mismo año.




Forma parte de un lote de 126 rollos de película fotográfica que reúnen un total de 4.500 instantáneas tomadas entre los años 1936 y 1939 por los fotógrafos Gerda Taro, Robert Capa y David Seymour en distintos puntos de España a lo largo de la Guerra Civil. Esos negativos se conocen como conocemos como las fotos de la maleta mexicana. En su conjunto componen un testimonio de valor incalculable sobre la evolución de la fotografía y el fotoperiodismo bélico, pero también sobre un momento crucial de la historia española y del intento de frenar la expansión del fascismo en Europa.



Las imágenes fueron tomadas por Chim, el único de los tres que estuvo en Asturias y que fue el autor de una quincena de rollos fotográficos que contienen unas 330 imágenes entre las que se incluye éstas que corresponden a fotografías hechas a lo largo del mes de febrero de 1937 en el frente de Oviedo, en Gijón y en Langreo. A «Chim» también le interesaron los dinamiteros pues habían sido protagonistas durante la Revolución de Octubre de 1934. A ellos dedicó una serie de fotografías, así como a las mujeres que retrató cargando vagones de carbón, si bien con vestidos de calle poco apropiados para esa tarea. Seymour captó el ritmo diario en la retaguardia, con los niños repartiendo la prensa entre los mineros a la entrada de los baños, o las mujeres y niños haciendo cola para el racionamiento ante el teatro Dindurra, que por entonces proyectaba «¿Quién me quiere a mí?», un drama sobre los efectos del divorcio en la infancia, mientras el drama real se desarrollaba en la calle. También retrató el el interior del café Manacor en Gijón, uno de los «mentideros» de la retaguardia que luce un cartel en el que además de silencio "se pide precaución sobre la información que se da de los frentes y a quién se da". La serie se completa con la imagen de un miliciano con su equipamiento de invierno: unas madreñas como calzado, y uno de los momentos de ocio en el frente, con un grupo de hombres de boina tocando la trompeta. Música en el fragor de la batalla. Enlace
Henri Cartier–Bresson. Guerra Civil. (s.f.)
Durante la Guerra Civil Española, Bresson fue contratado por el diario francés France Soir como fotoreportero. Entonces consolidó una relación amistosa con Robert Capa y David Seymour, quienes más tarde se convertirían en sus aliados para fundar la agencia de fotografía más importante del siglo XX. Mientras transcurría la guerra, filmó dos de sus documentales más importantes: Victoire de la Vie (1937), que expone la cotidianidad de los hospitales españoles, y L’Espagne vivra (1938), que le fue comisionado por el Frente Popular Español para relatar la España en tiempos de postguerra.
Henri Cartier–Bresson. Guerra Civil. España (s.f.)





Montjuic, campo de refugiados

En el otoño de 1936, David Seymour (Chim) realizó para la revista francesa Regards un amplio reportaje sobre los refugiados huidos de zonas donde hubo combates en los primeros meses de la guerra, como Sevilla, Córdoba y Guipúzcoa, y alojados en el estadio de Monjuich. El recinto, fotografiado también por Agustí Centelles y Margaret Michaelis, fue utilizado durante toda la guerra como centro de primera acogida de los grandes contingentes de civiles que huían de los combates. Familias rotas, casi todas de campesinos: mujeres, mayores y muchos niños, mientras los hombres luchaban en el frente. En los pasillos y vestíbulos del edificio se habilitó una ciudad provisional con capacidad para casi 2.000 personas, con dormitorios, un comedor colectivo, escuela y enfermería, donde los refugiados intentaban mantener una apariencia de normalidad. En las gradas las mujeres tendían la ropa y charlaban al sol mientras los niños jugaban. El reportaje cita a varios niños: Guerito, huido de un pueblo de Sierra Morena, y Paulino, hijo de un carabinero caído en Irún.


Pan y leche en una escuela de Sarrià

Sentados en el patio de la escuela, un grupo de niños come con ganas un trozo de pan. En noviembre de 1938, según se ha podido determinar al examinar los negativos de la maleta, Robert Capa visitó el Grup Escolar Dolors Monserdà de Sarrià. En un reportaje inédito muestra cómo los niños salen a los jardines de la escuela municipal, entonces situada por donde hoy pasa la Via Augusta, a la altura de la calle Salvador Mundi. Se puede distinguir la Baixada de l¿Estació y, al fondo, la Torre Sagnier de la calle de Anglí, entonces sede de los Amigos Cuáqueros, la organización religiosa norteamericana que en sus propias cantinas o dando servicio a las escuelas, colonias y centros de refugiados, distribuyó leche, pan y cereales a decenas de miles de niños durante la guerra. Las fotografías muestran una escena típica de la actividad de los cuáqueros: voluntarios sirviendo un vaso de leche y un trozo de pan a los niños. La imagen aquí reproducida está al inicio del siguiente rollo de fotos y corresponde casi con toda seguridad al mismo reportaje.

Llanto sobre un camastro

En noviembre de 1938, Robert Capa tira cuatro rollos de fotografías consecutivos en los que se ve un barco atracado en la Barceloneta con ayuda de EEUU (el Erica Reed), niños en dos edificios de la zona alta de Barcelona, el ministro Julio Álvarez del Vayo, probablemente en la sede de la Casa d'Amèrica, y la catedral de Tarragona. En algún lugar (¿Tarragona, Barcelona, algún punto intermedio?) se detiene en un edificio religioso en estado ruinoso. En su interior, sobre varios camastros con colchones sucios, rodeadas de ropa colgada de una pared con desconchados y manchas de hollín, varias madres con niñas pequeñas en sus brazos hablan con el fotoperiodista y sus acompañantes. Es una imagen de miseria y desolación a años luz de los organizados centros de acogida de Barcelona. Una niña tiene la cabeza envuelta con vendas. Otra (izquierda) llora mientras su madre la arregla para las fotos.

Un Euskadi idílico

Entre enero y febrero de 1937, David Seymour recorre el frente del norte, desde Bilbao hasta Gijón, siguiendo a las unidades del Ejército y la marina vascas y los dinamiteros asturianos. En Euskadi busca escenas de confraternización entre religiosos y gudaris y hospitales y escuelas con crucifijos bien visibles, para un reportaje del semanario de izquierdas Regards que contrarreste las informaciones de las persecuciones anticlericales en España. Pero, además, el fotógrafo se deja llevar por las escenas de costumbres de un País Vasco tradicional que contrasta como un oasis bucólico al lado de la Barcelona y el Madrid que había visitado el año anterior, siempre con el objetivo detrás de la infancia: en esta página, de izquierda a derecha, una niña con su hermano pequeño cerca de Gatika; una alumna de la escuela de Erandio Goikoa, barrio rural de Erandio; dos niños vendiendo diarios en Bilbao; niñas en la colegiata de Santa María de Cenarruza, y una maestra jugando en la escuela de Berango.

Pioneros en la plaza de Sant Jaume

El domingo 8 de noviembre de 1936, decenas de miles de catalanes desfilaron durante más de cinco horas por la plaza de Sant Jaume para conmemorar el 19º aniversario de la revolución rusa y agradecer la ayuda militar soviética. En el balcón, presidiendo el acto, el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, y el cónsul de la URSS, Vladimir Antonov-Ovseenko. Entre las delegaciones de partidos, sindicatos y milicias marcharon al menos dos grupos de niños: los asilados en el hogar President Macià y un grupo de miembros de la Federació Nacional de Pioners de Catalunya, la organización infantil socialista y comunista. Algunos de ellos aparecen en esta fotografía, con el pañuelo (se supone que rojo) en el cuello y haciendo el saludo de los pioneros (la mano sobre la frente con los dedos unidos). Al fondo, una cámara cine: Laya Films rodó un noticiario ese día.

El Madrid revolucionario

Dos escenas en las calles de Madrid, en los meses iniciales de la guerra. Arriba, David Seymour, en octubre de 1936, interrumpe por un momento su reportaje en un cuartel sobre los primeros soldados regulares marroquíes hechos prisioneros por el Ejército de la República. Sale a la calle y un grupo de niños se arremolinan a su alrededor. También hay niñas con gorrillas cuarteleras, todos levantando el puño. En algunos momentos, antes de que empiece lo peor de los bombardeos sobre la ciudad, la guerra parece un juego, y los uniformes, disfraces. En la foto inferior, en una crónica gráfica sobre la vida en las calles de Madrid, Gerda Taro se fija en estas tres niñas con vestidos blancos. Están mirando como tocan dos músicos ciegos, uno la guitarra y el otro un banjo.

En el palacio de los duques

En septiembre de 1936, David Seymour, Chim, visita el Palacio de los Duques de Osuna y los jardines históricos que lo rodean, El Capricho. Tiene dos acompañantes de lujo: los escritores comunistas José Bergamín e Ilyá Ehrenburg, corresponsal de Izvestia. Visitan lo que debe convertirse en una colonia escolar modelo. Niños uniformados austeramente, con un miliciano como profesor, comen en las cocinas del palacio, leen cómics de Mickey Mouse bajo un porche, juegan con las esfinges del parque y atienden las explicaciones del responsable del grupo frente a una colección de bustos de emperadores romanos. El sueño pedagógico es efímero: con las tropas de Franco acercándose, el general Miaja haría del palacio el cuartel general de la defensa de Madrid y después del Ejército del Centro, y bajo el parque se excavó una red de búnqueres, conocida con el nombre clave de Posición Jaca. Ehrenburg dejaría un breve relato de esta escena en una de sus crónicas, recopilada en el libro Corresponsal en España (Editorial Prensa Ibérica): «Me llevaron a una hacienda, cerca de Madrid, donde había columnas, estatuas antiguas y comedores íntimos. En un parque jugaban hijos de obreros».


Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour, eran inmigrantes judíos de Alemania, Polonia y Hungría que se conocieron tras instalarse en París a comienzos de los años treinta. La fotografía marcó sus vidas y determinó su muerte. Gerda Taro falleció aplastada por un tanque en el frente de Brunete en el verano de 1937, unos días antes de cumplir 27 años. Capa también murió trabajando, tras pisar una mina en Vietnam en 1954, durante la guerra de Indochina. Finalmente, Chim fue ametrallado en Egipto en 1956 durante la guerra del Sinaí.

El material fotográfico realizado por ellos en España entre 1936 y 1939 se dio por perdido durante más de medio siglo, tiempo durante el que se manejaron diversas opiniones a favor y en contra de su existencia y de su posible paradero. De la evidencia del paso de Taro, Capa y Chim por España quedaban las fotografías que se habían publicado en la prensa durante el conflicto, pero ésa era la punta de un iceberg en paradero desconocido. Un testimonio gráfico sin parangón del que sólo llegaron a aparecer algunos lotes en París en 1970 y 1978 y otro más en Suecia en 1979, este último conservado hoy en el Centro Documental de la Memoria Histórica ubicado en Salamanca.

Pero ni aproximadamente suponían el grueso principal del material. Se sabía que cuando Robert Capa, ante el avance de las tropas nazis, abandonó su estudio de París en 1939, donde tenía recogido este material gráfico, lo hizo dejando las tres cajas que contenían los negativos -una por cada fotógrafo- a cargo de Tchiki Weiss, también fotógrafo y colaborador de Capa y Chim. Él fue el encargado de sacar de París el material y para ponerlo a salvo viajó hasta Burdeos en bicicleta con las cajas en una mochila. En medio del caos en que se sume Francia durante el comienzo de la II Guerra Mundial, Weiss puso los negativos en manos de alguien que le dio garantías de su salvaguarda, pero finalizado el conflicto no pudo recordar quién era. A partir de ahí el material se da por perdido.

Sin embargo, hoy sabemos que en algún momento los negativos llegaron a manos del general Francisco Aguilar González, embajador mexicano ante el gobierno de Vichy entre 1941 y 1942. Posteriormente, Aguilar regresó a Ciudad de México llevándolos como parte de su equipaje. Muy probablemente nunca supo cuál era el contenido de aquel material ni fue consciente de su relevancia, y si lo supo se olvidó de él y terminó arrinconado en algún lugar de su residencia. Los negativos fueron finalmente descubiertos en 1995 entre los efectos de Aguilar por el director de cine mexicano Benjamin Tarver, heredero del general. A partir de este momento el lote de imágenes acaba bautizándose de manera muy gráfica como la «maleta mexicana».

El hallazgo llegó unos años después a conocimiento de Cornell Capa, hermano de Robert Capa y fundador del International Center of Photography de Nueva York (ICP), quien mediante la ayuda de la cineasta Trisha Ziff logró que en 2007 los negativos fuesen donados por Tarver a este centro. Tras ello, el ICP procedió a su estudio exhaustivo y a preparar una exposición itinerante para darlos a conocer mundialmente. La muestra se inauguró en Nueva York en el otoño de 2010 y posteriormente fue expuesta en Arlés (Francia), en Barcelona y actualmente está en Bilbao. Después viajará a Madrid y, en 2013, a París.

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